viernes, 17 de mayo de 2013

Relatos entre vagones

Se despertó despacio. Tras una reñida lucha entre el sopor matutino y sus párpados, abrió los ojos y percibió los primeros rayos de sol de una ya avanzada mañana de Mayo. Consiguió incorporarse mientras frotaba suavemente su rostro con las manos. Puso despacio los pies sobre la moqueta y se levantó, a la vez que la parte baja de su camiseta se desenredaba desde su cintura y caía, quedando el borde a unos centímetros de sus rodillas. Subió un poco la mirada y se encontró con su silueta dibujada en el espejo. Su pelo caía rebelde a los lados de su pecho. Las líneas que en su momento habían perfilado sus ojos, eran ahora una bruma negra que se deshacía alrededor de su mirada. Tenía una cara preciosa fruto de suficientes, o mejor dicho excesivas horas de sueño. Unas coloreadas mejillas lucían en sus pómulos y en su boca se perfilaban restos de una sonrisa rota.Se dirigió con parsimonia hacia la ventana que coronaba su cama y, sorprendiéndola, un gris y húmedo aunque cálido presentimiento inundó su pecho. Y entonces, con una mezcla entre esperanza y ansias de saber si su presagio era acertado, agarró fuertemente la tira de tela que se tensaba paralela a la pared y tiró de ella. La persiana se elevó con un rugoso estrépito y sus ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse a la luz.Y entonces, cuando al fin pudo ver con claridad, un inexplicable cosquilleo ascendió por su estómago hasta estallar en su tórax y, como una reacción química, una leve sonrisa se dibujó en su aún dormido rostro.
 Efectivamente,  
llovía. 

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