viernes, 21 de febrero de 2014

Mi numen

Eras tú. Cuerpo pequeño, pálido, como habiendo sido desmenuzado y vuelto a pegar con pegamento. Ojos grandes y pequeños a la vez, marrones y transparentes, tuyos y de la cuidad. Una sonrisa escondida, difícil, como esas figuras que esconden otra figura dentro, la cual su percepción requiere saber mirar más allá. Yo me tuve que concentrar mucho para percibirte. Lo lindo, a parte de ti, es que ahora siento que merece la pena.
Alma de poeta y manos de revolución. Pasos ligeros, voz temblorosa y alma de felino malherido. Gestos lentos, pequeños, independientes, como si tú mismo hubieras sido sacado de cualquier otro mundo paralelo, perpendicular, perfecto.
Un cigarro atado entre los dedos, aliento de humo, labios curtidos en la suavidad de haber besado muchos cuerpos, de mujeres muy bellas, pero ninguna que lograra doblegarte. O al menos hacerte sentir menos grande, algo que a veces siempre se necesita.
Y todo lo que me queda por conocer de ti, me lo inventaré. Me inventaré que tienes un millón de cartas en blanco, una por cada invierno en el que esperarás que una voz de violín te diga "escríbeme". Me inventaré también que miras al cielo como el adolescente que mira a la vedette, que se te llena la cabeza de sueños cada vez que alzas la vista, y el corazón de piedras cada vez que miras hacia adelante. Me inventaré que aún anhelas que alguien recite a Pablo Neruda en tu oído, que alguien invoque a Allende entre tus piernas, que aparezcan unos ojos que sepan explotar en los tuyos. Me inventaré también que me estás esperando.
Te prometo dejar que me desnudes si antes consigues que el interior de mi piel se retuerza.

sábado, 1 de febrero de 2014

Y veintiuno

No quiero unos labios rojos
que sepan besar
como los actores de hollywood,
ni un torso de esos
que llevaría un escultor
si pudiera esculpirse a sí mismo.

No quiero una voz de saxofón,
ni siquiera de violín desafinado.

Tampoco quiero un poeta
de dedos imposibles
y pies cargados
de Madrid.

No quiero unas piernas
de cobarde,
ni una frente
con dos dedos.

No quiero unos dientes
que salgan a pasear por mí,
ni quiero un alma
que me de razones,
ni que ponga a sus razones
mi nombre.

Yo,
tan sólo quiero unos ojos
que se tiren a los míos
despacio y de cabeza,
y que puedan soportar
el caos
que tengo
en las pupilas.