domingo, 20 de abril de 2014

Abre la ventana

Estoy segura de que quiero darle forma a estos anocheceres de semitonos a medio hacer, pero se me acaban las ideas.
A veces me pregunto a dónde han ido todos los chorros de palabras que me hacían cerrar las compuertas hacia fuera por miedo a la riada. Quizás hayan decidido huirme, o quizás sea yo, que me he secado. 
El caso es que hace unas horas alguien muy lindo me pregunto cómo se es libre de alma. Yo había estado jugando con la libertad y los caminos, haciendo como que sé mucho de perderse y encontrarse. De repente él lanzó aquella inocente cuestión y yo sentí la necesidad de contestarme. Quizás no llegue a decir nada del todo, quizás y probablemente no tengo ni idea de cómo responderla, pero necesitaba sentir que aún hay huecos por donde rebuscar(me) aquí dentro. 
Cómo eres libre de alma. Cómo. Libre de alma.
Podría citar al cielo. A los pájaros, al invierno, a la lluvia, como siempre hago. Podría citar los libros y los poemas, los acordes, las noches, la sensatez, los años y a Benedetti. Pero no, no quiero, y además no tiene nada que ver. No quiero recursos que se me salgan de la piel, no quiero nombres ajenos, ni propios ni comunes, ni nombres, no quiero nombrar.
Creo que lo primero de todo es la soledad. En la libertad interviene un elemento fundamental de silencio y calma, y el alma compartida no existe por mucho que se empeñen. Las luces apagadas, los ojos cerrados y toda la concentración destruida en las mil trincheras que cavamos cada día en nombre de la rutina, el equilibrio, y mil cuentos chinos de esos que se les cuenta a las bestias antes de dormir.
La libertad vuela cuando hay conciencia, voluntad, y el viento sopla. Quiero decir, por supuesto que la mente ha de ser libre, pero en el momento en el que la atención se desvía y centra en el alma, la sensatez se vuelve prescindible. Se puede ser libre sin estar cuerdo. Y se puede ser feliz sin ser libre.
La libertad del alma puede empezar por la destrucción de la materia como manera de canalizar el cielo que todos llevamos dentro. La libertad del alma puede consistir en para de gritar, de correr, de escribir. En detenerse en el mismo cuerpo que nos encierra y deambular por él hasta el infinito. La libertad del alma puede construirse sobre los cimientos del entendimiento que nos rasga un poco cuando descubrimos que el alma es infinita, y libre. Que la tormenta no se reprime porque sea primavera, que las flores brotan en invierno y que podemos sonreír de tristeza. 
La libertad del alma se encierra en una noche de cualquier mes de cualquier año, y puede correr cuando un día de sol te miras al espejo, y entiendes que jamás podrás dominar las mil partículas de sueños, sangre y soledad que explotan en tu pecho. 
Cómo eres libre de alma. Muy fácil. Entendiendo que a la medianoche de un domingo puedes levantarte de la cama, mirarte al espejo, y resucitarte sin ayuda de otros dedos.