Te quiero
contra mí,
rabioso, desesperado,
dominante.
Te quiero en
pedazos,
entre ruinas,
con hielo en
los pulmones.
Te quiero
ardiendo.
Y te quiero
haciéndome arder.
Te quiero
sujetando mi cintura
como una
hiena desalmada y hambrienta,
te quiero desatando
mis alas
como un
pájaro dócil y cansado.
Te quiero
abatido por las balas
que salen de
mi vientre,
y te quiero
vengándote de mí a sacudidas.
Te quiero en
el fragor de la batalla
cuando se
encuentran tu espada y mi escudo agujereado,
y te quiero
en posguerra, en calma y entre escombros
manso y
derrotado, como un río
tendido en
un paisaje devastado.
Te quiero
sudando en mi espalda
mugiendo en
mi garganta
pataleando
en mis rodillas.
Te quiero
interpretando el papel de ser mío
en el
escenario de mis piernas.
Y sin focos.
Ni guión, ni
final.
Ni
maquillaje.
Te quiero
cuando hemos terminado de vaciarnos
y te
desinflas sobre el colchón;
protagonizas,
entonces,
el derrumbamiento
más lindo del mundo.
Y te quiero
cuando comienzas a rozarme las ganas
y sé que
queda poco
para empezar
a quererte de nuevo.