jueves, 28 de agosto de 2014

Color uva

Aquel chico de ojos verdes no sabía que era mi metáfora. Se acercó, Deba y yo estábamos sentadas riéndonos de la de mierda que llevaban las sonrisas de nuestro alrededor. Tenía algún rasgo gitano, no era guapo pero poseía una especie de carga eléctrica en la mirada. "Estaba ahí, con un amigo, y no he podido evitar... me has llamado mucho la atención y me encantaría conocerte". Su voz temblaba casi imperceptiblemente y yo le sonreía. Me parecía tan tierno, tan alejado de esos babosos y de esas miradas lascivas de arriba abajo, era tan educado, tan franco y tan valiente que lo menos que podía hacer era sonreírle. Nos preguntó torpemente de dónde éramos. A Deba y a mí, por desgracia, nos encantaba mentir. No conozco la razón por la que elegí Londres. Él dijo que en unos años iría allí a vivir. Deba y yo nos hablábamos con la mente, nos reíamos con los ojos. A las casualidades les encantan nuestros culos. "Lo malo es que hace mal tiempo", dijo. No me faltó, por supuesto, manifestar mi gusto por el "mal tiempo". Luego dijo que era mucho mejor que Madrid y Deba y yo volvimos a hablarnos con la mente. No hay nada mejor que Madrid, porque Madrid somos nosotras. Pocas palabras después, me dio su número. Yo, evidentemente, no lo apunté y dejé que se fuera para siempre.
Aquel chico de ojos verdes no sabía que era el amor. Y que aquella tarde yo comprendí perfectamente en el monumento al rey Alfonso XII de España cómo era mi mecanismo. Él llega, con ojos color renacimiento, y se sienta despacio a una distancia prudente. Yo le sonrío, le miento en lo banal pero le digo que mis ojos son grises y que me gusta la lluvia. Primero el bulo que me hace parecer impenetrable, y después dejo en el aire un poco de mí. Pero no deja de ser un desconocido. Y él me da herramientas para trepar por mi muro y llegar a sus nubes, pero yo dejo que se vaya para siempre.
Y mientras se aleja, la romántica encadenada de mis costillas me araña el pecho y me maldice, y yo sonrío, como responiéndome a mí misma, como entendiendo la eterna pregunta que compone el punto de fractura de un círculo vicioso que me hace querer ser amada y no dejarme serlo. Bajo ningún concepto.
Aquel chico de ojos verdes no me gustaba, pero nunca le di la oportunidad de conocerme. Nunca me di la oportunidad de conocerle. Y creo que en el fondo no lo hice, no por las miles de posibilidades que había de que él terminara siendo una conversación más, si no por la única que había de que no fuera así.

domingo, 24 de agosto de 2014

Ella seguramente esté bailando

si la veis ahogarse, es el cansancio,
y, tranquilos, no habla sola,
sólo murmulla alguna canción
sin nombre
sólo repasa
sus repasos
sus vueltas sin ida.

Si su pelo se alza, no es tempestad,
es que ella se mueve
creyéndose Tierra
haciéndonos creerla galaxia

y si suda no es fiebre,
es el calor de su sangre,
es que expulsa vida por los poros
como si la sobrara.

Como un universo en expansión
la veréis deslizarse por el suelo,
la veréis ocupar con sus movimientos
cada mísero centímetro de vuestras vidas

veréis en sus brazos
que se puede volar sin levantarse del suelo.

Y es que
si su tronco se retuerce no es agonía,
es sexo, equilibrio, poesía,
es la bestia que sólo muestra
cuando se esconde.

Quizás dejéis de reconocerla de repente,
cuando sus ojos cambien de armadura
y se mezcle con el aire
volviéndose digna
de la mismísima definición
de cuerpo.

Ella entonces será armonía,
será descontrol que provoca balance
así que, si veis que se mueve
frenética y dócil
valiente
al borde del precipicio
no temáis por su vida.

Porque ella, seguramente
sólo
esté bailando.