sábado, 25 de mayo de 2013

A la luz de las velas

-No sé cómo se hace esto.
-Tú déjate llevar.  
El tenue resplandor del fuego encendía nuestras caras como una pequeña chimenea en Enero. Él tenía sus ojos clavados en mí, yo le observaba despacio, eterno. Acariciaba mi costado desnudo, y mi cuello, y mi cara. Yo no podía dejar de mirarle, y sentía como los dos éramos uno, así como nos fundíamos con el edredón. A nuestro alrededor flotaba un clima especial, un aura de calor íntimo y palabras en silencio. No podía dejar de quererle, tan fuerte que le sentía en mi tórax, y en mis sienes, y en las plantas de mis pies. Y como el dulce río que desemboca en el mar yo me fundía en su pecho, y le rozaba, y le quería mío. Dos tormentas que se aman y amainan, dos tornados con un centro común. Dos polos opuestos en el mismo meridiano. Él en mí. Yo en él.
Ojalá eterno.

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