sábado, 22 de junio de 2013

Ponerle sangre al grito


Qué bonito mirar,
la sombra que hacen las rejas,
mientras meto las orejas
en el centro de tu andar.
Y si el mundo está del revés...
Habrá que equilibrar o romper del todo la balanza para que duela todo un poquito menos, o un poquito más.
Quién sabe cómo me siento, qué se yo qué hay que ser, o cómo. Tan sólo la tenue luz de las farolas y lágrimas absorbidas en las mejillas, tan sólo el acordeón perezoso y una guitarra a la que no hay quién la calle.
Todo lo dejamos por escrito, gritamos independientemente de si hay alguien que nos escucha. Simplemente necesitamos notar que existimos, para que no se nos olvide.
Qué mas da si no me entienden. Qué mas da si no estoy a su altura, qué mas da si ellos mantienen los pies en la tierra mientras los míos bailan -y vuelan- por encima de sus cabezas.
Qué mas da, si al fin y al cabo las sonrisas son irremediables, al igual que la rotura que sufrirán nada más nacer de los labios.

Qué más me da la sangre,
si al fin y al cabo,
y desde lo más hondo de mi alma,

estoy bien así.

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