La faena, es que a veces sólo nos podemos salvar nosotros mismos. Y yo quisiera poder salvarme de este abismo de sueños rotos y sonrisas agridulces, pero no sé cómo.
Quizás hoy haya desesperado de tanto guardar pensamientos en el baúl de las cosas que no puedo decir. Y quizás por eso, mis uñas en la tripa. Y ésta vez no acariciaban. Esta vez arrancaban mi piel y hacían que me retorciera, pero no de dolor; de rabia.
Quizás haya dejado de ser feliz en un suspiro, aunque al menos me queda el consuelo de saber que la felicidad, tan pronto como se va, puede regresar, y arrancarme de la muerte.
Dicen que un sonido no existe si nadie lo oye.
Por eso, mis gritos hoy, son en vano.
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