viernes, 30 de agosto de 2013

Madrugadas des-esperadas

Qué idiotez ponerse a escribir cuando ni siquiera tienes ganas sólo por la burda necesidad de leer algo que te pueda convencer medianamente. Posiblemente nada de lo que yo escriba nunca podrá llegar a gustarme, al menos no mientras lo escribo, con lo cual no sé ni qué hago esforzándome.
Supongo que es la una de la madrugada y yo no tengo otra cosa mejor que hacer que rebuscar en mi cabeza para intentar sacar algo. Lo que sea. Es decir, está llena de miles de cosas que podría sacar fuera, pero a ver quién es el listo que desenreda el lío que tengo montado aquí dentro.
Oigo pasos en el pasillo. Se me acaba la soledad y con ella expira la poca inspiración que podría quedar hoy entre estos dedos llenos de heridas y de ganas de crear algo bello.
Creo que se acerca la hora de cerrar este portátil e intentar fabricar algo de vida que no tenga bases puramente virtuales. Lo que ahora mismo sólo se reduce a leer, escribir en mi viejo cuaderno, o dormir. Lo que es bastante triste, por cierto. Lo que me importa bastante poco, teniendo en cuenta que así soy feliz. Así, en mi habitación -con la puerta cerrada-, con la noche tiñendo la calle y unas luces parecidas a las de una vela iluminando mis ojos con un suave resplandor a canela. Se podría decir que aquí puedo ser libre, siempre y cuando no me de por pensar en nadie más que no sean mis pájaros y mis fantasmas.
Las palabras se me acaban, compañeros.
No olvidéis miraros a los ojos antes de acostaros.
Más que nada porque a veces cuentan cosas que no nos vendría nada mal saber.

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